Por Sandra Russo
Los incontables exabruptos del rabino Sergio Bergman fueron ayer tan desmedidos, tan asombrosamente rabiosos, que pasmaron a más de uno, incluso de los que estaban allí. Lo que hubiese podido ser una marcha equivalente a la que en su momento convocó el falso ingeniero Blumberg fue, merced al discurso de Bergman, un acto netamente opositor. De la peor oposición política, que es la que se permite hacer un rabino presuntamente presente para darle al acto de ayer, precedido por declaraciones de famosos que hablan de paredones y linchamientos con la ligereza de una nota de Paparazzi, un carácter ecuménico y espiritual.
Los permisos que se tomó Bergman para segregar de esa plaza a todo aquel que no esté infectado de odio hacia el Gobierno son sencillamente inconcebibles en alguien que no ocupaba ayer un espacio en el escenario para promover una posición política y denostar de la peor manera a los otros.
Todo el discurso de Bergman estuvo empapado de algo que no sé cómo se llama, pero no era piedad, ni emoción, ni tolerancia, ni nada de lo que un religioso se supone que debe aportarle a la fricción social. Todo lo que dijo solamente echó más leña al fuego, convencido inexplicablemente como parecía de que estaba llamado no sólo a decir unas palabras sobre la seguridad o la inseguridad, sino a decirle a la gente cómo y por quién debe votar. Incluso sus veladas alusiones a “esta plaza”, que “es de todos los argentinos”. Lo que decía es que la plaza no les pertenece a las Madres.
Es inexcusable que un simple rabino se otorgue a sí mismo semejante papel. Sólo la megalomanía, que también padecen algunos de sus amigos/as de la oposición, hace entendible que Bergman haya escindido de una manera tan honda a los argentinos, cortándonos entre quienes políticamente se alinean de un lado y entre quienes opinan distinto. Puede ser que la verdad de la fe se haya revelado a Bergman, pero lo que es seguro es que no le ha sido revelada ninguna verdad política. Es más, parece estar completamente confundido y encaramado en un pedestal desde el que presuntamente ve más claro que todos los demás lo que está bien y lo que está mal. Comparar a Néstor Kirchner con Nerón, hablar a boca de jarro de “la caja”, insultar de semejante modo a un gobierno democrático que podrá detestar pero que fue elegido por el pueblo, catalogar a los que no están de acuerdo con él de “mercenarios” o “clientes”, como si no existiese un pueblo peronista, es sencillamente imperdonable para alguien que supuestamente no habla desde una dimensión política sino espiritual. Lo que hizo el rabino en la tarde de ayer de espiritual no tuvo nada, nada de nada. Fue pura chatarra combustible.
Estoy escuchando en TN a Lorena Maciel que dice “de esta manera los organizadores evitaron que la marcha se politice, por eso hablaron un cura, un rabino, un musulmán...”. ¿Se puede ofender tanto la inteligencia de cualquiera que ve y escucha? ¿Evitaron que la marcha se politizara? ¿Qué análisis resisten las palabras delirantes de Bergman? Perdonen, tenía que escribir sobre la marcha, pero que un religioso rasgue de un modo tan salvaje la delicada tela que sigue conteniendo a los argentinos en un conjunto que debe necesariamente arribar a algún consenso, me rebasó. Lo digo claro y directo: hay que tener cuidado con ese hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario